MI NARRATIVA

EL BARRIO QUE NO EXISTE

Al abrir la página del diario y leer la noticia de un crimen exactamente a la vuelta de mi casa, noté que el periodista citaba el hecho con un encabezado alarmista. “Tiroteo en el barrio de Flores”,  recordé la vieja leyenda urbana de los que hemos crecido en éste barrio.

La leyenda que dice que éste Barrio de Floresta no existe, sé que para el lector neófito es difícil entender que el barrio de Flores en la ciudad de Buenos Aires, es geográficamente vecino del barrio de Floresta, los nacidos en Flores niegan la existencia del barrio simplemente por creer que los límites de su barrio son lo suficientemente extenso para llegar hasta el barrio de Vélez Sarfield  hacia el oeste y Caballito en el Este, negando la existencia de Floresta como un barrio, las pruebas que se esgrimen entre tantas es el nombre de la plaza principal del barrio que se llama Vélez Sarfield y solo existe una mención de la existencia del lugar en una antigua propiedad que es un centro cultural llamado La Floresta frente a la mencionada plaza, personajes de la cultura como el escritor Alejandro Dolina que entre paréntesis, nació en Caseros, hicieron de Floresun lugar dónde sus cuentos se desarrollan y llamó a los de Floresta detractores de la existencia de los personajes como el “ Ángel gris” que deambulaba por el barrio de Flores. Dicen que el club Atlético de futbol Veles Sarfield se fundó en la estación del tren La Floresta, mientras que el club de futbol All Boys que se supone representa al Barrio de Floresta, en realidad tiene su estadio en Monte Castro barrio lindero a Floresta y llegó a tener una sede social en el Barrio de Flores, lo que ratifica en realidad que todo pasa o se afinca en los bordes del barrio y nunca dentro de este, la leyenda dice simplemente que en realidad Floresta es un barrio imaginario, no existe, mal se puede hablar de bordes. No se encuentra por más que uno lo busque, ningún Bar o cafetín o restaurante que se llame Floresta y si algún osado comerciante se le ocurre poner un cartel con ese nombre, el local desaparece misteriosamente o presenta su quiebra al poco tiempo.

Pero claro usted se preguntará ¿Y la gente nacida en el barrio No existe? En realidad nadie nace en Floresta ya que los hospitales y clínicas son de barrios cercanos, no existen lugares para nacer aquí, tampoco existe un lugar dónde morir, ya que el cementerio esta en Flores y Chacarita que son otros barrios. Pero bueno, está la gente que se supone vive en este lugar y que camina por sus calles, ahí está el mayor interrogante, el número de gente que uno ve en las calles de Floresta no son de Floresta, son transeuntes, gente de paso hacia Flores o que van a Vélez Sarfield o a Villa Luro, Barrios cercanos.

Muchas veces uno conoce vecinos, digamos todo el tiempo, pero ahí comienza el problema, no parecen envejecer lo que en un punto está bueno, pero claro cuando los que viven en Floresta se miran en el espejo y se dan cuenta que no es tan así, que el tiempo pasa como en todos lados, se deprimen hasta que algún vecino les dice, ¡che vos estás siempre igual! y contestan, vos también.

Los vecinos no se mueren, en verdad nunca vi pasar una procesión en el barrio y eso que es una ruta obligada al cementerio del barrio contiguo.

La leyenda dice que nadie vive en La floresta porque simplemente no existe, pero yo nací aquí y viví toda mi vida aquí…

No, ahora que lo pienso, mi madre me dio a luz en la Clínica Luna que estaba en Caballito, digo estaba porque luego desapareció, nada misterioso, que yo sepa, quebró el negocio demolieron el edificio, vendieron, creo.

En realidad mi hija nació en el barrio de Colegiales, no, tampoco es de aquí ¿y la mujer? no ella es bonaerense nació en Ramos Mejía. Toda la gente que conozco no es de aquí, viven aquí, pero nacieron en otros barrios cercanos, estoy tratando de  hacer memoria…No mis amigos no, nunca ninguna novia, amante, esposa ,mujer en general, no recuerdo a nadie nacido aquí. Pero yo miro por la ventana y en verdad me digo, Florestaexiste, o acaso el Bar del Diablo Calvo de Floresta donde escribí tanta historias…En verdad ya lo cerraron y ahora que lo pienso, me parece que geográficamente esa calle está en Villa del Parque, voy a tener que repensar si esta leyenda urbana es cierta o es solo eso, una leyenda más.

En verdad no importa mucho si existe o no el barrio de Floresta, en definitiva a quien le importa si nadie nace o muere en este lugar. Yo seguiré orgulloso de mi barrio, a mi tampoco nadie me conoce en verdad, nací en Caballito y morí ya hace tiempo en la mesa de aquel Bar el día que desapareciste para no volver.

Si Floresta no existe, es para que las almas de otros barrios puedan deambular sin problemas, es el barrio más seguro de la ciudad, en eso estoy tranquilo. Total cualquier cosa que pase dirán que fue en Flores o en Vélez Sarfield.-

-¿Y usted nació en Floresta?

- No, por nada, Simple curiosidad de un escritor que no existe de un barrio de leyenda.

 

Derechos Reservados © Fernando Omar Vacchiarelli

LAS SILLAS VIVAS DEL BAR LA GIRALDA

Existen algunas cosas importantes que un escritor de dudosa calidad literaria, como quien les narra, debería cumplir en esta vida, antes que algún desprevenido ángel o el mismísimo demonio lo requiera en sus reinados, y así seguir juntando letras en palabras sin sentido, para entretener a los huéspedes del cielo o del infierno, entre esas cosas que se deben realizar en vida y con cierta lucidez de mente, es sentarse en una mesa especial y única como lo es la mesa del Bar La Giralda, pero no cualquier mesa del viejo cafetín de la calle Corrientes de Buenos Aires, sino la mesa que sobre el frente derecho tiene la particularidad de ser la única que se apoya gentilmente en la angosta vidriera y permite observar a los transeúntes que caminan por la calle que nunca duerme.

Parece una tarea fácil, pero no lo es, ya que es una mesa solitaria en ubicación y siempre estará ocupada por alguien, que indisimuladamente sonreirá con satisfacción por el enorme esfuerzo y sacrificio demandado en ocupar ese privilegiado espacio, reservado para ciertos dioses. Alguien dirá que exagero, que alguna vez se ha sentado sin esfuerzo alguno en “esa” mesa y que al entrar en el Bar La Giralda la misma estaba vacía, pero se equivoca de medio a medio, en realidad pareció haberse sentado en esa mesa, pero no fue así, ya que ella y sus dos sillas tienen el triste privilegio de estar vivas. Se preguntará ¿Cómo es eso? ¿Qué significa, “estar viva”? Es una larga historia que yo me encargaré de acortar para no aburrirlo con detalles; acomódese en su asiento y encienda un cigarrillo, la historia que sigue es increíble…

Cuentan que hace algunos años el dueño de la Giralda en un ataque de modernidad envió a retapizar las viejas sillas Thonet del salón, un poco por estética y otra, porque el cuero de Rusia del asiento se resecó con los años y abuso de tanta asentadera ilustre que lo había deteriorado en demasía, al punto de dejar al aire la estopa de relleno de los apoya nalgas, por tales motivos las sillas fueron remitidas a un tapicero y ebanista del pueblo de Quilmes, en el sur de la provincia, lugar cercano al centro de Buenos Aires. Fue así que Don Diego Turquía, nombre del italiano experto en restaurar muebles antiguos, recibió en su taller las primeras sillas vienesas del Bar La Giralda, reducto de poetas e idealistas bolcheviques de mediados del siglo que nos dejo. El ebanista desarmó cuidadosamente las sillas, que poseen la particularidad de no tener clavos y estar encastradas en seco, prácticamente sin colas adhesivas, ajustadas con tornillos de tuercas cuadradas y planas que hacen que el conjunto de maderas de haya, curvada al vapor, le den la ergonomía que aún cautiva al parroquiano de los bares del mundo, un diseño simple cómodo y económico, que permitía desarmarlas para ser transportadas desde Europa a América sin ocupar espacio en los barcos, las primeras vinieron de lugares remotos como Austria, Bélgica, Yugoslavia e Italia, de la mano de los primeros inmigrantes.
Don Turquía sabia su trabajo y en esa misma tarde tenía desarmadas casi todas las sillas, menos dos, esas eran las últimas del lote, el cansancio y la noche pudieron más y fatigada la vista, al hombre lo fue venciendo el sueño, como Diego era de palabra y comprendía que un Bar sin sillas, no es más que un almacén de bebidas sin espíritu, es que decidió que descansaría un poco esa noche en el taller y continuaría la tarea hasta el amanecer, colocó las dos sillas enfrentadas a una distancia y así sentado en una de ellas descansó sus piernas en la otra a modo de camastro improvisado, dormitó entrecortado, hasta que Morfeo e Hipnos lo arrullaron en sus brazos cayendo en un profundo sueño.
El ruido del martillo que golpeó disonantemente sobre el tarro de latón lleno de clavos de tapicería, o el conjunto al caer sobre el piso de cemento del taller fue lo que lo sobresaltó, pero sin duda esa sombra extraña deslizándose por la pared oscura del taller provocó su grito de advertencia -¡¿Quién anda, Allí?!
En realidad no obtuvo respuesta solo consiguió que la sombra se detuviera por un instante, pero para Diego fue señal suficiente para arrojar el martillo de tachuelas, una especie de pico pequeño con forma de hacha que voló por el aire dando volteretas hasta desaparecer con ruido seco en el ángulo especular de la sombra, Diego vio sorprendido como la silueta dibujada en la pared se desplomaba al tiempo de escuchar un gemido de inconfundible dolor humano.-

Extrayendo una maza de madera de la mesa de carpintería, se acercó al lugar del sonido, allí estaba desparramado el cuerpo de un niño pequeño que tenía clavada en su garganta la herramienta que con maestría accidental había terminado con su verticalidad. Diego quedó impactado ante la visión de su accionar y no atinó a emitir sonido alguno, intentó desesperadamente reanimar al muchacho, pero era tarde, nada se podía hacer, la pieza metálica lo había degollado.

Pensó en llamar a la policía, en explicar que había sido un accidente, que el niño seguramente era un ladronzuelo, pero no estaba ni siquiera seguro de ello, lo levantó como pudo y lo depositó en las únicas sillas disponibles en el lugar, hasta que pudiera decidir que hacer con él. Diego era una persona simple y recordó su palabra para con el dueño del Bar, como poseído se puso a tapizar y armar las sillas que debía entregar por la mañana, una a una las fue terminando ante la atenta figura sin vida del niño que parecía seguirlo con su vista, sentado desde un rincón como un parroquiano en un solitario Bar del infierno, las horas pasaban lentas pero inexorables, cada silla estaba remozada como si recién nacieran de una fábrica del centro de Europa, solo dos estaban sin terminar, las ocupadas por el chiquillo.
Diego se acercó con miedo y colocó sus manos por debajo de las piernas y el torso para alzarlo y quitarlo de las últimas sillas, un extraño dolor se adueño de su pecho, le recorrió serpenteante su brazo izquierdo y su cuerpo se desmoronó en el piso del Taller.

Los encargados del camión de mudanzas cargaron todas las sillas en la caja del viejo Ford, estaban todas, acorde al papel que el dueño del bar les había entregado 63 sillas a reparar, 63 sillas cargadas y reparadas tapizadas a nuevo, en el sobre estaba el dinero que el encargado del Taller recibió y contó sonriente, luego del apretón de manos vio alejarse el camión rumbo a la Gran ciudad con su preciada carga y pensó, otro Bar que tendrá sus sillas restauradas, 61 sillas nuevas y 2 sillas vivas… Habrá que esperar a quien dejarán esta vez sentarse en ellas.
-¿No, te parece, mi pequeño diablillo?
-Sí, maestro.


Es por esta extraña leyenda de sillas vivas, que todo parroquiano del Bar La Giralda debe ser cuidadoso al ocupar “esas” dos sillas de la vidriera y debe abandonarlas antes de ser atrapado para siempre en ellas.
¿No le parece mi estimado lector? Ya puede apagar su cigarrillo, este narrador debe irse a otro Bar en busca de una nueva historia. Espero no haberlo aburrido con mi charla de café…Nos seguimos viendo, no por favor no se levante, olvidé decirle que usted se ha sentado a escuchar este cuento, en una silla viva.

 

Derechos Reservados © Fernando Omar Vacchiarelli