MI NARRATIVA

COITOS INCONCLUSOS

Llegaron con apresuramientos diferentes. Él, con las urgencias de su sempiterna eyaculación precoz. Ella, con la emergencia escarlata de su saldo bancario. No era la primera vez que él hacía el amor mientras ella le copulaba. Había transcurrido un largo y tedioso año para ella, mientras que para él sólo habían pasado los primeros doce meses de una nueva vida, lapso durante el cual pudo experimentar una que otra vez la indescriptible sensación de un orgasmo.

 

Se conocieron en la Bolsa de Valores mientras ella le pedía al comisario de la rueda veinticuatro horas más para reponer en efectivo los cheques devueltos. Una silenciosa y negativa mirada le clavaba el comisario cuando se acercó Heriberto para mediar en una situación que ya se volvía incómoda e insostenible para ella. La rotunda presencia del acaudalado corredor hizo cambiar el semblante del comisario y también la suerte para la pelirroja Laureen.

 

Aquel encuentro preludió muchas esperanzas para Heriberto y muchas decepciones para Miss Clark, pero esta tarde, mientras aún semi desnuda se quitaba los zarcillos de esmeraldas, vio a través del espejo su adiposa figura desparramada sobre la cama y entonces decidió cambiar de amante. Sin decirla ni una palabra, se levantó de la cama, caminó en silencio hacia la puerta y mientras oía sus desgañitados gritos desde el lujoso living del piso 47 se vistió parsimoniosamente dentro del ascensor y por primera vez en los últimos doce meses experimentó el leve temblor de piernas que anteceden a la primera oleada de orgasmos.

 

Salió corriendo hacia el sótano. Se detuvo frente a su Corvette amarillo y allí, recostada sobre el capó del vehículo, con rabia, con una rabia que le carcomía las entrañas y que la enervaba hasta el clímax, celestineada con la semi oscuridad del estacionamiento subterráneo, respiró hondamente capturando todo el aire que pudo trasegar a través de las minúsculas fosas nasales de su nariz recién construida y reponiéndose de la carrera así como de su desventurada relación con Heriberto, hizo lo único que se podía esperar de una mujer insatisfecha: se masturbó.


Este relato forma parte del Volumen I de "Relatos Para Contárselos a La Muerte" ®Depósito legal lf06120088001563 ISBN 9789801231622 / Radicación internacional Nº 7572 del 21-04 2008 - Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus

LA PRIMERA CARTA DEL SOLDADO SIMMONS

Dr.James T. Plumacher  

 

Querido loquero:


En la pasada sesión, que te aseguro será la última para mí, comentaste que desde que aplastaste a un grillo en el jardín de tu casa, tienes pesadillas ¿Cómo crees que resulta la vida de quienes hemos estado en una guerra y hemos matado a seres humanos? Mi primer muerto (el único muerto que un soldado recuerda vívidamente) fue un niño vietnamita. Durante muchos años me dije que tenía que hacerlo, como tú con tu grillo. Pero a diferencia del insecto, al niño lo habían 'forrado' con explosivos y se dirigía a la entrada Sur de la Embajada nuestra, en Saigón. El cable los delató. El percutor lo tenía su madre a tan solo 20 metros de la entrada. El niño tendría no más de seis años y su madre lo envió a buscar nuestros chocolates. Era jueves. El reloj de la entrada marcaba la una de la tarde. Llovía torrencialmente. Disparé tres veces.


Cuando nos acercamos al cadáver, la madre accionó el interruptor.

 

Murieron el soldado Dover Miralles, chico de color de abuelos franceses que siempre creyó que el mejor carnaval del mundo era ‘su’ Mardi Grass, y el Cabo Jose Carlos García Silva Mijares, un mexicano que amaba nuestra bandera de las barras y las estrellas, casi tanto como a su madre y a sus 9 hermanas. Yo quedé herido, pero me recuperé en tres semanas.


Apenas habían entrado las primeras lluvias del monzón de 1969 y desde ese jueves no puedo dormir más de 4 horas seguidas. Una explosión, como la que acabó con la vida de mis dos compañeros, o como la de mi fusil M16 que acabó con la vida del pequeño vietnamita y mi cuerpo totalmente sudado me impiden dormir más. Tienes razón al asegurar que nunca dormimos en paz. Me cuesta conciliar el sueño (por eso deambulo de noche y de madrugada por las calles del East Manhattan, y me drogo con lo que pueda comprar) y te aseguro que no me hice 'criminal' por falta de amor, sino por seguir las directrices de mi país.


Si, a pesar de todo creo que lo volvería a hacer. En aquellos años, la masacre de May Lai no me pareció masacre, como ahora, sino justicia para con nuestros soldados, caídos en un combate que no conocíamos y para el que no fuimos entrenados: La guerra asimétrica de las guerrillas comunistas. No recuerdo a cuántos vietnamitas más maté durante aquellos terribles años, casi tres, que estuve como Head-Corporal de la III Compañía Hollows-Rats del 101 Airbone Division.


No sé si mi experiencia les pueda servir para algo, a ti o a los demás que patéticamente hacen un corrillo a tu alrededor para contar sobre sus estúpidas e inútiles vidas. Lo mío me acompaña hace 39 años, mismo tiempo que tiene en mi mente y mi corazón, la mirada distante y los tres hilillos de sangre en la cabeza del niño vietnamita, mi 'único grillo'... Los demás se colaron en la vorágine de la guerra.


Revisa bien el sobre en el que te llegó esta carta. ¿Lo encontraste? Es un casquillo de munición 9 milímetros. Sácalo con cuidado, he dejado en él y a propósito, mis huellas dactilares. La bala no te la envío. Esa me la quedo yo. Si, sé que lo estás pensando. Me suicidé.


Andrew.

 

 Este relato forma parte del Volumen I de "Relatos Para Contárselos a La Muerte" ® Depósito legal lf06120088001563 ISBN 9789801231622 / Radicación internacional Nº 7572 del 21-04 2008 - Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus