MI NARRATIVA

LAS OCHOMIL Y UNA NOCHES

Contemplo su retrato y, como si fuese una interminable letanía, repito sus últimas palabras: "las mujeres le acechan, le buscan, le hacen proposiciones allá por donde pasa". Cierro los ojos e intento evocar la última imagen que tengo de él, casi tan desnudo como el día en que le parió su madre, pero con mucho más pelo… o con menos, según la zona anatómica que se mire ya que hasta los bebés más lampiños tienen algo de pelusa en la chirimoya. Nada. Por mucho que me concentre, cual pertinaz monje Zen a golpe de cachete, no le encuentro el atractivo. Tal vez resida en el blanco del ojo o, más bien, en la intensidad del verde esmeralda que nunca llegué a discernir con claridad... o puede que me esté volviendo ciega o que me hayan dejado de gustar los hombres. ¡Qué pensamiento más horrible! Busco en Google “Brad Pitt” y, tras echarle un vistazo, descarto las dos últimas opciones. Sin embargo, éste de la foto de marras, al que a base de charlas cibernéticas llegué a tomar afecto, me deja fría, y eso que estamos en pleno verano y no puedo quejarme de las adversidades climatológicas de la islita donde resido.

Fue un largo y gélido invierno el de este año: estuvimos de nieves y "txirimiris" hasta las orejas y, claro está, apetecía poco salir. Lo del ordenador resultaba cómodo. El anillo de casado no se lo quitaba ni muerto y al referirse a su parienta la llamaba "mi mujer" pese a que el documento que me escaneó cierta noche para demostrarme que estaba divorciado dijese que era libre. Pues como si no se lo acabase de creer: era un divorcio muy reciente que se había estado gestando durante diez añitos solamente.

Sí, la verdad es que mi amigo el de la foto era algo lento de entendederas. Yo, desde las altas cimas de todos los ochomil intelectuales donde me subo a lo Edurne Pasaban, aunque con más utilización de las células grises y menos despilfarro energético, le solía dejar tirado en cuanto comenzaba la primera cuesta y hacía falta pensar.

Éramos, si es que se puede decir que fuésemos algo, una pareja dispar en todos los sentidos. Tan inconcebibles como pareja que parecía que nos hubiesen creado en un tubo de ensayo, tan ingenuos los dos que puede que nos trajese la cigüeña de París, ciudad a la que no nos atrevimos a ir porque resultaba caro y poco práctico… ¡Un segundito! Yo me he trajinado el continente europeo de norte a sur y viceversa un montón de veces por amor y sin tener ni para llegar a fin de mes. Ahora que las vacas no son tan flacas, no voy a rajarme por un viajecito de no nada al otro lado del canal de la Mancha. Fue él quien dijo que nones. Un viaje tan largo y, además, lo de pasarse dos o tres días conmigo en la cama le parecía una proeza aún mayor que mis Himalayas mentales. No es que a mí me apeteciese acostarme con él en la vida real, ¿eh?


Divago y divago, mas sigo sin entender qué le ven a este buen hombre todas las que, según él, le entran en el trabajo, en la calle, en el teléfono, en el correo y en el Messenger. Ya sé que lo de entrar sólo cuadra con el Messenger, pero no seamos tan malpensados. Apenas hace unos meses, no sabía la diferencia entre una cámara web y una máquina de fotografiar que ni siquiera sirve para hacer vídeos, y lo de Skype le parecía un imposible de la tecnología. Ahora que: ¡no veas con qué facilidad le pilló el tranquillo! Sobre todo a lo de sacar instantáneas de lo que aparece en pantalla en las situaciones más comprometidas. Y parecía tonto, con su enrevesado nombre y apellidos de pega y esa fecha de cumpleaños que no es la suya sino la de un amigo que se murió, que era también futbolista…

Y tú ¿por qué me miras con esa cara? Que ¿qué? ¡QUÉ!

Si te tiene a ti también agregada a su lista de contactos, ten paciencia. Hay muchas esperando.

Derechos Reservados © Mª Eugenia Benavent (Lady Ágata)