MI PROSA

HUMANA HUMANIDAD

 De la humana humanidad nada sabemos, tan solo somos.


Solamente en tiempos recientes, los científicos se enteran de las emanaciones que afloran desde nuestro interior, a la hora de identificar a los que son de nuestro clan; la misma que surge cuando nos unimos en el apareo -aquella que nos permite disfrutar con especial intensidad de un encuentro amoroso- es la que asimismo percibe el bebé recién nacido en sus progenitores, permitiéndole identificarse con ellos. Feromonas les dicen estos estudiosos, vibración del amor los místicos.



Pero si algo ya entonces conocemos en occidente, es mucho aún lo que queda fuera de nuestra comprensión. Tal vez poetas y artistas alcanzan a vislumbrar los haces de luz que nos rodean cuando, en metáforas recurrentes, se refieren a: “el brillo luminoso y diáfano de tus ojos” o “aquella magia que nos une en permanente conexión”. Y es que, efectivamente, estamos constantemente cambiando de colores y elaborando distintas escalas vibratorias a partir de los mismos. No por algo nos sentimos misteriosamente atraídos por algunas personas, así como otras nos producen un rechazo imposible de justificar con argumento racional.


Humana humanidad, llena de talentos, llena de lamentos. Historias recurrentes, repetidas hasta la saciedad. Si tal vez alcanzáramos a percibir que somos tal cual las notas musicales -esto es- posibilidades de ascender o descender en una partitura, las cosas se simplificarían y nos empeñaríamos -luego de saber qué instrumentos somos y a qué categoría pertenecemos- en emitir cada vez, en un continuo ascendente de perfectibilidad posible, los sonidos más cercanos a aquellos que conforman las galaxias.


Porque no sólo somos nosotros melodías en diferentes tonalidades, también nuestro entorno emana musicalidad y, así como leyes universales nos indican entre otras, que “como es arriba, también abajo”, el universo todo es una verdadera sinfonía en permanente evolución.

Entonces, tal vez (¡tal vez!) baste esmerarnos en la constante afinación del hermoso y único instrumento melódico -que en cuerpo terrenal somos- y comenzaremos al fin a comprender nuestra verdad esencial.

 

Derechos Reservados © Sandra Fontecilla Aravena